Opus con amore, el enunciado lo dice todo, un trabajo hecho con amor.
Son tres palabras que definen a la perfección la labor del arquitecto, pues no se puede hacer arquitectura si no es desde el cariño. No se puede hacer arquitectura sin estar enamorado, sin amar la arquitectura.
Este último proyecto del curso va a ser un regalo para mis padres porque se lo merecen, por aguantarme, porque si estoy escribiendo esto es gracias a ellos. Pero también va a serlo para mÃ, pues no hay nada que me haga más ilusión que hacerles este regalo; pese a sentir una enorme responsabilidad, siendo el proyecto que más me ilusiona y me aterra a partes iguales.
El programa está claro, los conozco perfectamente, no hace falta preguntarles cómo serÃa su vivienda ideal.
Tampoco me cuesta demasiado esfuerzo imaginarme el lugar. Una casita en un sitio tranquilo que ofrezca la suficiente privacidad, pero sin estar aislado de la civilización. Rodeada de naturaleza, entre los pinos. Una casita en un lugar costero, donde se pueda admirar la puesta del sol sobre el mar Mediterráneo. Seguramente en una isla…
Probablemente el lugar que estoy buscando esté en Menorca. Recuerdo como si fuera ayer cuando visitamos la isla por primera vez. TenÃa diez años. Los cuatro nos enamoramos de sus calas y de la tranquilidad que la isla ofrecÃa. Tanto es asà que el verano siguiente regresamos. Desde entonces mis padres dicen que si tuvieran que irse a un lugar a vivir su jubilación ese lugar serÃa Menorca.
Encontrar el lugar que tengo en la cabeza no es nada fácil. Finalmente, lo consigo. Ese lugar es el número 6 de la Calle Via Láctea, en Cala Morrell.
Un terreno de 767 metros con una pequeña pendiente hacia el mar, con dos accesos. Uno al oeste, desde la calle principal que vuelca hacia el mar. Y otro en el este, por el que se accede a través de un estrecho callejón peatonal entre los pinos en la parte más elevada de la parcela.
Una vez encontrado el lugar, estoy deseando empezar.